Entrar en Almacenes La Fe nos transporta varias décadas atrás a un barrio donde todos se conocían. En el local no hay grandes tecnologías, ni empleados trabajando, solo una antigua máquina de coser y la dulce presencia de Margarita. Ella es la propietaria de su querida mercería, un negocio tradicional que lleva instalado en el barrio más de 40 años. Hoy hemos venido para que nos haga un recorrido por el Madrid de antes y de ahora, que nada tiene que ver.

La manera de vender y de consumir ha ido cambiando con el paso de los años. Los puestos ambulantes han desaparecido y han dado paso a comercios modernos y, cómo no, a las grandes superficies. Margarita se ríe cuando nos habla de esas grandes tiendas de Gran Vía que pueden permitirse el lujo de vender pijamas a precio de coste. Y es que ella sabe que no puede competir con tales ofertas, aunque se mantiene optimista.

Muchos de los comercios de Lavapiés provienen de antiguos puestos del rastro, un mercadillo que aguanta sereno el paso del tiempo. “Cuando vine aquí se compraba de una manera distinta”, afirma nuestra propietaria, y añade que incluso la práctica de fiar estaba muy extendida. “Tuve que poner un cartel que decía “me muero antes de prestar dinero”, porque si no, era un desastre. Pero aún así, esas eran nuestras particulares maneras de vender”, señala.

En la calle de La Fe han cerrado muchos negocios pero la mercería de Margarita se resiste a abandonar el barrio que la ha visto crecer. Ofrece todo tipo de ropa interior tanto para mujer como para hombre e incluso hace arreglos de ropa. La moda ha evolucionado, las famosas ligas y los pantis de los años 70 han dejado paso a los vaqueros ceñidos que ahora usan todas las mujeres.

La mercería de Margarita es parte de su vida, la conoce tan bien como el dedal que usa para hacer los arreglos de la ropa, y, aunque nació en Chamberí, para ella Lavapiés es lo mejor de Madrid. “Cuando me jubile me quedaré aquí, no tengo otra cosa que hacer”, sonríe orgullosa. Y es que Margarita también es parte de nuestro barrio y las cosas buenas, hay que mantenerlas.